NAPOLES:
FLIGI DEL VESUBIO
La escena italiana ha sido la madre del movimiento ultra tal y como lo conocemos. Y si italia es la madre, Nápoles es una de sus hijas predilectas. Y es que de Nápoles se ha hablado mucho. Películas, documentales, libros e incluso una serie de Netflix han documentado, de aquella manera, a los habitantes de las curvas del Stadio Diego Armando Maradona. Así que como no sabíamos otra manera mejor de documentarnos, pusimos rumbo a las tierras del Vesubio.
Viernes 24 de enero. Fecha marcada en rojo en nuestro calendario desde hace más de cuatro meses, cuando surgió la idea de visitar Nápoles. Los nervios por visitar una grada ajena y ver cómo funciona son visibles. La noche anterior, a última hora como siempre, te dispones a preparar la mochila, los últimos detalles, e incluso, como alguno de nosotros, renovar el DNI. Tenemos por delante unos días largos, pero claro, a ver quién duerme con los nervios previos a un viaje. La cuenta atrás termina madrugando para coger el avión que nos llevaría a Nápoles.
El movimiento ultra napolitano es reconocido en todo el mundo. Si algo resalta, es la organización de las decenas de grupos, de los que luego hablaremos. Detalle que pudimos observar nada más bajar del avión al ver una quincena de centinelas, de estética similar a la nuestra, esperando en el aeropuerto. Y sí, no os lo hemos dicho, pero el punto fuerte de nuestro viaje era el Nápoles – Juventus que se jugaría entre estos dos equipos en el Estadio Diego Armando Maradona el día siguiente a nuestra llegada. La rivalidad histórica que mantienen desde antaño se podía palpar desde el minuto cero de pisar la tierra napolitana.
Con ganas de comernos la ciudad y recorrer sus calles y, tras una breve parada en el apartamento para recoger las llaves y dejar las mochilas, nos dirigimos al Quartieri Spagnoli donde se encuentra el famoso mural de Maradona en la fachada de un antiguo bloque del barrio. Las motos conducidas por niños, la ausencia de cascos y leyes de tráfico, las calles estrechas y la picardía de los locales ya nos explicaban sin necesidad de utilizar las palabras cómo funcionaban las cosas en la capital de Campania. Una vez conseguidas las provisiones – en un tiempo récord – para fumar y tras habernos deleitado con el famoso Aperol (licor rechazado por la mayoría de los viajeros del grupo), nos dedicamos a probar las primeras pizzas mientras entablamos amistad con los trabajadores del restaurante.
Tras inspeccionar la zona de puerto marítimo fuimos a la que, sin duda, es una de las paradas que con más cariño guardamos. La pizzeria callejera Sorbillo Piccolina es, sin duda, el sitio que más visitamos esos días. Por menos de 4€ puedes disfrutar de una clásica Margarita, gastando menos que en un paquete de Malboro. Porque nos gusta viajar, pero más nos gusta gastar poco dinero.
Ya con el estómago lleno, el cansancio del avión y a sabiendas de que el sábado sería un día duro, nos pusimos rumbo al apartamento no sin antes hacer una parada técnica para echarnos unos tragos. Y es que como ya os imaginaréis, la barrera del idioma causó estragos en nuestro viaje, siendo el primer afectado nuestro capitán D. que, en lugar de pedir un cóctel glamuroso sin alcohol (como estábamos haciendo todo hijo de vecino), terminó pidiendo un zumo de zanahoria y frutas infantiles. Tras las risas del personal y una lista interminable de anécdotas, decidimos cerrar el viernes ya que el sábado iba a ser un día intenso.
Si a nuestros colegas, aquellos que sabían que hacíamos el viaje, les llegamos a decir que casi no vemos el fútbol por quedarnos encerrados en un ascensor de los años 90 en una casa alquilada en Nápoles, cuanto menos se hubieran reído de nosotros. Y es que el sábado, comenzaba accidentado. Se ve que los elevadores italianos no aguantan el peso de 4 muchachos, cuya media supera los 80 kilos de largo. Nuestro reciente autoproclamado guía, tras darnos algún que otro consejo como que mantuviéramos una respiración flojita para no gastar el oxígeno, tiró de valentía para pedirle a otro de los nuestros que solucionara esto. Y así fue, en cuestión de minutos la palanca estaba abierta para poder salir de ahí y comenzar, ahora sí, nuestra aventura futbolera.
El plan a seguir era sencillo: ver la ciudad de día para después coger un tren que nos llevase al Estadio Diego Armando Maradona. Lo que se respiraba en las calles de Nápoles era muy distinto a la noche anterior. Todos los rincones de la ciudad llevan el azul y el blanco y, cómo no, referencias a Maradona. Entre callejones y calles poco anchas y repletas de personas, dimos con el Busto di Pulcinella (personaje muy conocido en la ciudad, al cual si le frotas la nariz te da buena suerte). Y tal y como dice la leyenda, no íbamos a ser menos y no nos fuimos de allí sin frotarlo. Pudimos pasar tranquilamente también por la Basilica di San Paolo Maggiore y Napoli Sotterranea (entramado de túneles subterráneos que recorren la ciudad), del cual os hablaremos más adelante.
Tras demasiados kilómetros y la queja de los allí presentes, decidimos cambiar las pizzas por la pasta para darle a nuestro apetito un sabor diferente, pese a las injurias y críticas recibidas de algunos hacia la longaniza fría. Que cada uno evalúe si es un manjar o no.
Pruebas gastronómicas aparte, pusimos marcha al estadio. Los nervios de algunos por que llegase el momento se disparaba, y es que no es para menos, ya que estas líneas que hoy escribimos aquí como si de una guía gastrocultural se tratara, era gracias al loco plan de visitar las gradas napolitanas.
Tras una vuelta de reconocimiento, ya notamos el ambiente hostil del que todo el mundo habla. Y es que el bar de la Curva A, era de todo menos un lugar tranquilo. La llegada del bus de los juventinos fue un claro ejemplo del trato que hay por parte de las autoridades italianas con los ultras, observando los allí presentes como dos capos napolitanos se saludaban con dos besos con los policías, ante la atónita mirada de los aficionados visitantes y nosotros, que acostumbrados a la policía ibérica flipamos en colores.
En cuanto a lo futbolístico, fue un partidazo (con remontada incluida). Pero ya sabemos que a vosotros lo que os interesa es lo que se vive detrás de las porterías. Un estadio con gran amplitud, en el que destacaba el incesante ondeo de las cientos de banderas repartidas en todas las gradas. Ya dentro, pudimos observar que la Curva A venía con sus amigos del Lauta Army (como pudo comprobar uno de los nuestros el día después).
Una vez el árbitro dio el pitido inicial, flipamos con el sinfín de material de grada que tenían, así como de los cánticos que se escuchaban continuamente en la grada local. Lo que más nos sorprendió fue la facilidad para tirar petardos desde la zona local a la visitante sin que nadie dijera nada. Mientras la mitad del comando disfrutaba del fútbol desde dentro, los desgraciados que no pudimos conseguir entrar al campo nos dedicamos a buscar un bar con televisión y cerveza, donde pudimos disfrutar de la remontada local mientras esperábamos que los nuestros salieran del estadio. Si este es vuestro caso cuando visitéis Nápoles, os recomendamos ir al Quartiere Spagnoli, que por falta de birras y bares en el barrio no será.
El domingo lo reservamos para la parte más turística. Y es que si a las 7AM de la mañana de un domingo solemos cerrar cierto garito vallekano, esta vez, estaríamos madrugando para visitar las ruinas romanas (desde Pompeya hasta Herculano). El poco dinero disponible superó a la vagueza local, subiendo en transporte público en vez de taxi (no recomendable esto último si no os queréis arruinar). Y sí, de improvisar sabemos bastante. Y sino que nos lo digan cuando nos dimos cuenta que la compañía con la que habíamos comprado los billetes para ir a Pompeya estaba en huelga. Nada que no pudiera solucionar nuestro guía local y una siesta de media hora en el tren.
Como alguno de nosotros ya habíamos estado aquí el pasado verano, nuevamente hubo autoproclamación de guía turístico. Aunque en esta ocasión poco tardó en rendirse, así que tras un: «Yo entré por otra entrada, así que no sé dónde estamos, mejor busquemos unos mapas», nos dispusimos a enterarnos de cómo iba aquello. Tras ver el anfiteatro romano y tras la primera y única aportación de nuestro hombre guía cuando vimos una fuente pública de la época (en las que nos dijo textualmente: “Si os fijáis, las fuentes tienen marcas donde la gente apoyaba la mano para beber. El lado derecho está más desgastado que el izquierdo porque había más gente diestra que zurda»), continuamos hasta llegar al anfiteatro, sorprendiéndonos el buen estado de conservación en el que estaba. La búsqueda de un bar por esos lugares fue infructuosa, lo que hizo que termináramos la visita rápidamente para mojar nuestras cansadas gargantas antes de ir a Herculano. Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando nos dimos cuenta que el tren estaba llegando al centro de Nápoles, saltándose todas las paradas en su camino. Resignados, nos dedicamos a hacer lo que mejor se nos había dado esos días en la ciudad italiana: comer pizza barata y beber cerveza fría. Tras una tradicional siesta, era el turno de la zona marítima, el Castillo del Huevo y Piazza Bellini, donde paramos a tomarla dado el buen ambiente que nos encontramos.
El lunes amanece muy temprano y algún que otro valiente se dispone a ducharse (aún sin saber muy bien cómo funcionan las duchas después de tres días), mientras a otros se les pegan las sábanas (los mismos que decidieron conocer los bares más exóticos de la ciudad).
Visitamos nuestro kiosko de confianza, obviando las putas foccacias para coger fuerzas, ya que nos tocaba visitar Herculano tras nuestro fracaso el día anterior. Tras la división del grupo entre los que “no querían ver más cosas antiguas” y los amantes de la historia, los que formamos parte de este segundo grupo por fin llegamos a Herculano. Fuimos abrazando la más antigua de las tradiciones cuando uno viaja fuera que es la de «hacerse el guiri» o «el orejas» según como te pille, y así fue hasta que finalmente nos tocó volver a pagar para llegar allí, al margen de la correspondiente entrada..
De este emplazamiento cabe destacar que es una ciudad más veraniega y tranquila de lo que nos imaginamos. Las pintadas de los locales (Brigata Vesuviana entre otros) en la estación de tren hacía presagiar que esa ciudad era mucho más que una ruina turística. Chat GPT y el Google Maps hicieron que nuestras piernas respiraran más que los días que precedieron, añadiendo los datos locos de nuestro guía local: «Tu sabías por qué este lado está más desgastado que el otro..». “Venga que te pires tio jajajaja”.
Tras la vuelta a la ciudad y recoger a nuestro hombre que se había negado a andar más, decidimos visitar la famosa Pizzeria de Michelle, donde se hacen “las mejores” margaritas de la ciudad. Que cada uno saque sus propias conclusiones tras probarlas…
La visita al Napoli Sotterranea (que antes hemos citado) nos dejó un buen sabor de boca. Los túneles que sirvieron como refugio y cobijo a los habitantes de la ciudad en la II Guerra Mundial no son la visita turística más conocida, pero es bastante recomendable. La guía en italiano no ayudó a que nos enterásemos de mucho, pero las fotos y los videos que allí grabamos nos sirvió para luego explicarle al personal de qué trataba aquello.
Tras una rápida comida y unas carreras en el aeropuerto al más puro estilo olimpiadas para no perder el avión, dimos por finalizado lo que, sin duda, ha sido un viajazo. Con el sueño cumplido de visitar una grada italiana y la cabeza llena de recuerdos, dimos por cerrada este peculiar viaje sin saber si será el último… Si algún día visitáis Nápoles, acordaos de esta crónica. Nosotros, haremos lo mismo.