Football Workers

24hour bohemian people​

24hour bohemian people​

24hour bohemian people

Os prometimos que triaríamos contenido y así ha sido. Tras varias entrevistas, damos por innaugurado el apartado de «ARTICULOS» en nuestra web, donde recogeremos diferentes historias de nuestros colaboradores más cercanos.

Así pues, sin mas dilación, os dejamos con el viaje express de nuestro J.MACAULIN:

El fútbol ya no es lo que era, eso está claro. Pero siempre queda un pequeño hueco en nuestros corazones para animar al equipo de nuestros sueños, al de nuestro barrio o admirar y respetar aquellos clubs que son solidarios. En un deporte en el que intentan apartar la política, donde la mayoría de los equipos evitan marcar posiciones (salvo en marcadas excepciones) hace que los Bohemians sean un caso insólito, entusiasta y rebelde: un extraño club de fútbol que antepone sus principios al dinero. El sueño de cualquier fanático.

Así que darle muchas vueltas y tras ver en la red social por excelencia llamada Instagram que la selección palestina femenina jugaba un partido amistoso solidario contra el Bohemians FC (equipo mítico de Dublín) justo el miércoles 15 de mayo (San Isidro, gran festivo en Madrid para nuestros lectores no madrileños) decidimos cambiar los barquillos por unas pintas bien espesas. Así que no había pasado ni media hora y ya teníamos pillados los billetes de avión y las entradas, con la idea de pasar 24 horas en la capital irlandesa. Pero no iríamos solos, contábamos con un anfitrión que nos ofrecería un campamento base para esta importante misión: beber y disfrutar del balompié. 

No íbamos de nuevas ya que conocíamos el club. El Bohemians FC tiene una fuerte identidad popular y está implicado en ciento de causas sociales y, como no, es fiel defensor de la lucha del pueblo palestino (llegaron a sacar una equipación con los colores de la bandera Palestina) y, por supuesto, conociendo que en Irlanda la realidad palestina ocupa un espacio relevante en la actividad y el discurso de todo el espectro de colectivos políticos y movimientos sociales. En definitiva, estábamos seguros de que iba a ser un evento especial y que no había que perdérselo. 

Así que nada, llegó el día marcado en el calendario. Classic salida mañanera de viaje: madrugón, cerveza previa en el aeropuerto que se manifiesta en tu vejiga justo cuando está despegando el avión, dos horas y media encajonado y separado de tus colegas por la respetuosa política empresarial de Ryanair, aterrizaje y rápida búsqueda de un medio de transporte para llegar a la city

Y como no habíamos organizado nada el viaje, llegamos y pillamos el autobús más caro de toda la ciudad ( si, el de los p***s guiris), ya que luego caímos en que hay una vía más barata para ir a Dublín (apuntado para la próxima). El Guiri-Bus nos dejó en el centro centro, por lo que nos dirigimos al Porterhouse (localizado en la zona de Temple Bar) lugar mítico irlandés donde fabrican su propia birra, que dicen las malas y trasnochadoras lenguas que en algún garito de Vallekas también se puede pillar. 

Bueno vale. Os mentíamos un poco cuando os dijimos que lo traíamos el viaje preparado. La temática de birra y comida es la nuestra así que era lo único que habíamos mirado. Como del mundo birral ya os hemos contado un poco, pasemos al alimentario. Si sois veganxs (como el duseño y señor de estas líneas) sabréis que en Dublín puedes encontrar una alternativa en las cartas de todos los pubs. Por ello, y sin movernos de Porterhouse, nos tomamos unas burgers venganaa para llegar nuestro, ya maltrecho, estómago. 

Sin darnos cuenta habían pasado varias horas y nuestro enlace irlandés no estaba por estos lares por lo que nos dispusimos a ir en su búsqueda; no sin antes pasar por la Connolly Books, libreria ya trasformada en proyecto político, que luce con orgullo el nombre del revolucionario irlandés James Connolly y que tiene a sus espaldas ya tropecientos años (creo que desde el 1932 que abrió sus puertas) rulando por diferentes locales, ya que a lo largo de su historia ha sido atacado por derechistas y por la policía. Actualmente se encuentra en lo que fuera la sede del Partido Comunista Irlandés, que, por contar alguna cosilla así curiosa, fue utilizada, en los 80 y 90, como local para recaudar fondos para luchas de liberación nacional y refugio festivo para personas del colectivo LGBIQ+ (y que hasta los años 90 Irlanda no despenalizó la homosexualidad). 

Además de los clásicos libros comunistas, podéis encontrar mazo de biografías de brigadistas internacionales que lucharon en España y buen material de aquellos alegres muchachos que, en los 70-80, pusieron patas arriba el norte de la isla. Eso sí, tendréis que desempolvar lo que aprendisteis de inglés en el instituto. 

Desde allí, cruzamos el río para dejar las mochilas a buen recaudo y nos fuimos para la zona de los alrededores del estadio, el pequeño y acogedor Dalymount Park. Tras la típica foto en la guapísima entrada principal de este estadio (que tiene toda la esencia de campo de las islas donde empezó a rodar el balón por primera vez) buscamos un pub para la previa. El elegido fue The Bald Eagle. Con una barra también guapísima, de classic pub irlandés, pero no de cartón piedra como las de algunos de aquí, y con un pequeño patio. Pillamos sitio y ya no salimos de allí hasta el comienzo del partido. Mientras degustábamos sus cervezas, nos llamó la atención como, poco a poco, se petaba de gente con pintillas de todo tipo y con detallitos del Bohemians encima. 

Como era un partido especial, fuimos un poquillo antes al estadio, sabiendo que habría varias cosillas preparadas por el tema que nos ocupaba; pero, al intentar entrar, nos dimos cuenta que pillamos la grada mala (pillamos la entrada deprisa y corriendo, y ni nos informamos dónde iba a estar la jarana). Cosas de las prisas señores y señoras. 

Graffitis realizados en diferentes puntos del estadio

Sobre el Dalymount Park poco que comentar. Es un estadio muy pequeño, de unas 7.500 personas y tiene dos gradas y un fondo, todo encajonado entre viviendas. La grada principal es la Jodi Stand, donde se sitúan los Notorious Boo Boys (aunque para este partido no estaba colgada su pancarta). Pero nosotros teníamos entrada en la otra grada, más reducida y sin acceso a birra (casi lo más grave de todo). Por lo menos era grada de pie, que se agradece siempre. Nuestra inclusión a la grada de la jarana fue frustrada por éxito por los stewards que estaban al tanto de nuestros movimientos.

Equipo titular de la aventura irlandesa

Aún así, el estadio estaba petado. Dejaron un banderín de Palestina en cada sitio y el efecto era brutal. Sonaron los himnos, desplegaron una pancarta gigante en la que se podía leer “Ireland stands with Palestine” e hicieron un speech sobre la situación en Gaza. Antes del pitido inicial se guardó un minuto de silencio que solo fue cortado un un arriendo aplaudo. Tras ello cánticos y banderas al viento,como si estuviéramos en una mani. La verdad es que fue muy emocionante, el “Free, Free, Palestine” resonando por miles de personas, agitando las banderas fue muy emotivo. Si nosotros teníamos la piel de gallina, no me quiero imaginar lo que sentían las jugadoras, todo el equipo técnico de la selección palestina y toda la peña palestina que había en la grada. 

Lo que nos llamó más aún la atención fue que el público era muy diverso. Bastante presencia femenina y peña LGTBIQ+, y bastante chavalada, que suelen ser minoría en los estadios de fútbol. También peña punk, rapper, hool, de todo, pero creo recordar que no vimos a skins. Tuvimos a dos niñas de 10-12 años al lado que no pararon de gritar “Free, Free, Palestine” y “From the river to the sea, Palestine will be free”, durante los 90 minutos. Ni a reputados ultras les he visto con esa capacidad y resistencia pulmonar. El partido dio comienzo y acabó la primera parte con un 0-0 sin mucho que comentar. Fue el momento en el que nuestro comando intentó hacer una nueva expedición para la otra grada. Nuestro primer escollo era asegurarnos de que si salíamos podríamos volver a entrar, aunque fuera a esta grada y, el que estaba en la puerta en el descanso, un tipo como si Mariano de «Aquí no hay quien viva» fuera irlandés, nos dijo que palante, que se quedaba con nuestras caras.

Corrimos para el otro lado, (para quien no haya estado, hay que dar la vuelta entera, pero no solo al estadio sino a todas las casas, es decir, a toda la manzana). Cuando llegamos, la puerta principal estaba cerrada, pero había un señor mayor, con su camiseta antifa, que, en cuanto le dijimos que habíamos venido de Madrid para ver el partido, se lo tomó como reto personal y como conocía al que andaba en la puerta, le convenció para que entráramos con un «they are friends, friends». Ya dentro, flipamos. Vaya pardillos, fuimos del tiri a ver un partido sin investigar ni un poco del club y del estadio. Resulta que debajo de la grada principal, hay una discoteca. Bueno, más bien, un antrazo con pinta de after, con techno a saco, barra y muchos caretos. Todo esto siendo aún de día y con el partido en marcha. Había como dos mundos muy diferentes en pocos metros. El cielo y el infierno (referencia católica ya que, si algo une a nuestros dos países, es nuestra pasión por la Iglesia de Roma). 

Nos reíamos porque justo encima andaba la grada y, por tanto, el palco, si se puede llamar así, pues no estaba muy diferenciado de la grada. En el palco estaba el presidente de la República irlandesa, que es un señor de casi 80 años, del partido laborista, con pinta de haber salido de la comarca de los hobbits (buscarle en google), y algunas autoridades palestinas e irlandesas, que desconocíamos por completo quienes eran, así que justo, debajo del Presidente de la República, había gente poniéndose hasta el tete. 

Así que nada, vimos el percal, cotilleamos la grada y fuimos a la tienda del club (que era un container en la esquina) en la que los pudimos pillar la bufanda que sacaron de Palestina pero nos tuvimos que volver rápido ya que nuestro colega irlandés se había quedado en el otro lado y estaba feo dejarle sólo. Eso sí, aprovechamos para bebernos una yonki lata mientras dábamos la vuelta ya que al estómago si no le entrenas se cansa. En la segunda parte, llegaron los goles. El partido terminó con un 2-1 para las palestinas, remontando el primer gol de las irlandesas. La verdad es que, cuando cayó el segundo, el estadio se vino abajo. Tengo que buscar sinónimos de emocionante porque desde el gol hasta que salimos del estadio, puff. Entre los cánticos, todo el mundo a tope y la vuelta por el campo posterior de las jugadoras de los dos equipos, a la mayoría de las palestinas se le caían las lágrimas de los ojos. Imaginarse gente. Para los que no estuvisteis tenéis aquí el mini documental que se publicó, llamado Let it Bring Hope, con el que os podéis hacer una idea de lo que ocurrió:

Creo que tuvo que ser la hostia para todas las integrantes de la selección palestina y todas las personas palestinas que andaban en la grada. Sentir ese calor y solidaridad, en estos momentos no tiene palabras. Los irlandeses son los mejores, las cosas como son. La verdad es que es una mierda que, estando de gira la selección palestina, ningún equipo del Estado español se ofreciera para albergar un encuentro similar. Una vez se vaciaba el estadio ya salimos, buscamos a un colega de nuestro anfitrión que andaba en un pub. Más birras, spanglish como se podía, hasta que chaparon. Buscamos algún otro lado pero no dejaba de ser miércoles y horarios europeos, así que terminamos la noche en un kebab que era lo único abierto en toda la zona. 

Al día siguiente, madrugote, pota de recuerdo de uno de nosotros en los jardines de la zona de viviendas donde sobamos, avión pa Madrid y vuelta para la mierda de rutina. Y aquí acaba nuestra fugaz expedición irlandesa. Lo dicho familia, viva Palestina siempre y todos los pueblos que luchan hasta el final por su liberación.